Obviemos la hipérbole: sabemos que Nicolás Mejía es uno de los músicos más prolíficos, inquietantes y activos del territorio colombiano. Entre las muchas bandas a las que pertenece, el bogotano ha logrado construir un catálogo de canciones inquietantes que pasan del hip hop experimental al rock kraut y el hardcore estridente. Por ello, cuando Mejía decidió presentar su aventura solista bajo el alias de Neck Talese en 2019 con el lanzamiento de Kilómetros todo era posible dentro de las expectativas de su sonido. Y, de cualquier manera, igual y nos sorprendió por la honestidad herida que transmitían sus canciones, por la visceralidad instrumental que servía de andamiaje a sus poemas y, en últimas, por la ingeniosa manera como transitaba el pentagrama para construir sobre lo construido imágenes novedosos, maravillosas, personales y únicas.
En 2022 el músico regresó con El poder de Lola, un álbum de boleros en el que reflexiona desde un lugar sensible sobre el amor en su faceta más romántica y en la que celebra la vida desde una perspectiva vitalista en el que la naturaleza funciona como lugar de enunciación, de reflexión y de descanso. Escrito durante el primer año de la pandemia en una finca de Santander, el segundo álbum de Mejía bajo el alias de Neck Talese sobrecoge por la manera cómo ha interpretado el bolero, música de carácter popular, nocturno y desgarrado que se ha convertido en muletilla aburrida para los artistas latinoamericanos que lo han depurado de su sustancia primera. Es un disco envolvente en el que el error hace parte de la toma y desvela la fragilidad de los intérpretes, construyendo un universo musical en el que es lícito no ser perfecto, ni siquiera perfectible y en el que la canción es bálsamo, remiendo y herida. A propósito de su pasada presentación en el Estéreo Picnic, hablamos con Mejía sobre Neck Talese, la poesía de León de Greiff y la angustia existencial que debe suponer habitar la piel de Bad Bunny.
¿Cómo nace un poco la idea de que Neck Talesse fuese el proyecto solista de Nicolás Mejía? Después de todo lo que has hecho en la música local, ¿por qué esas canciones pedían estar en ese formato y bajo este alias?
En la pandemia me fui a vivir a una finca en Santander casi un año, criando ovejas, muteando café. Todo ese entorno no me inspiraba un sonido hardcore o de rock progresivo. Estando ahí entré en un espacio mental más tranquilo. Yo ya llevaba un rato metido en los boleros, rescatando mucha música que escuché mucho de pequeño, con mi abuelo que los cantaba. Ya había hecho Kilómetros en 2019 como un ejercicio solitario, porque siempre he sentido que he hecho muchas cosas, pero nunca he sido parte de un colectivo, de un parche específico de la música bogotana. Creo que es algo que le pasa mucho a la gente en Bogotá: uno es de todos lados y de ningún lado. Has escuchado Tropicana y Olímpica Estéreo a lo que marca, pero también la Mega y has estado en los bares de metaleros en el centro. Desde mi proyecto personal pensé en hacer muchas cosas diferentes. Me gusta mucho eso de que, desde el arte, dejar que hablen muchas voces que tengo dentro. Por eso, me interesan mucho los ejercicios poéticos de Pessoa o León de Greiff, alter egos y heterónimos. Ahora son boleros, pero quién sabe qué vendrá, podría ser un disco de música regional mexicana. Como cantautor me estoy proponiendo ir en muchas direcciones muy contrarias también.
Todo comenzó con un lado mío del terreno sentimental, la tusa y lo romántico, que no tenía tanta cabida en Conjuro Epiléptico o los Telepáticos. Ese disco de Kilómetros fue una tusa gigante y es bien tristongo. Este tiene un poco más de luz, un poco de amor romántico, una apuesta en contra del amor líquido del reguetón, una apuesta por rescatar el amor. Ahí también hay tristezas, porque estar en pareja viene con otras cosas. Uno lo ve con el último disco de Kendrick Lamar, el desamor dentro del amor. Este disco mío tiene un componente más positivo. Por ahora, Neck Talese ha sido el lugar para darle cabida a estas canciones de amor, pero también tiene otras salidas. Hay un poema de León de Greiff, sobre la ausencia, el no ser, el silencio, el no estar que se llama “Cancioncilla” y hay temas como “La horrible no cesó”, que es sobre los desaparecidos. Por ahí se ha ido el tema. Pero lo que se viene es otra cosa también. La idea es desdibujar un poco la identidad. A mí no me gusta tanto que los artistas se definan. El no ser permite muchas posibilidades. Mi intención es estar saltando mucho, explorar facetas distintas de la música.
¿Estas reflexiones románticas tuvieron que ver con la vida más lenta, relajada, y en últimas más humana de vivir en una finca en Santander?
Sí, sobre todo en el poder encontrar en la naturaleza muchas alegorías, muchas conexiones con la vida humana, con la psicología. “Quebranto” es un tema que hice al lado de una quebrada al lado de un río y me di cuenta de que el sonido del agua se daba por las piedras por las que pasaba el agua. Es la idea de que los problemas de la vida también son los que hacen que uno cante, se mueva, que haya música, movimiento. Todas las cosas que le impiden a uno fluir libremente son las que al final permiten que uno cante, que uno haga arte, porque para mí el arte es una forma de esculpir los problemas, de sacar algo bonito de la piedra. La cabeza de uno está muy configurada al espacio en el que uno está. Si estás en un lugar encerrado, la psique también se vuelve un lugar muy pequeño. En un espacio abierto, se amplía la percepción. Entonces creo que eso me ayudó un montón y fue fundamental a la hora de hacer el disco.
Además de De Greiff, ¿qué otros poetas llevaste a la finca?
Si uno se pone a leer las letras de muchos boleros, son poemas. Escuché muchos. A mí me gusta mucho la poesía y me gusta que las letras tengan un contenido simbólico, que expresen una idea o un sentimiento. En El poder de Lola cogía las imágenes de la naturaleza y construía alegorías y metáforas con ella: “La enramada del amor se secó”. Lo que estuve fue escuchando la letra de los boleros y mirando también cómo componer desde la letra. Siento que hay una crisis en la canción con el tema de las letras porque siento que las canciones no se hacen desde la letra, sino que parten de otro lugar y ven la letra como algo añadido.
La idea de El poder de Lola era partir de la letra siempre, reivindicar la letra. Porque también desde la educación musical, sea la que sea, clases online, en la universidad o con un profesor particular, nunca te hablan de la letra. En mi educación musical nunca hice el ejercicio de analizar la lírica de una canción. Es una inquietud mía como escritor, porque siempre me ha gustado escribir, es que la música también venga de ahí, que se nutra la música desde la palabra. De lecturas llevé a León De Greiff, a Walt Whitman, a Raúl Gómez Jattin que me encanta, William Carlos Williams, Allan Poe.
En todo caso, fue una poesía muy telúrica, muy en concordancia con la forma de pensar en la que estabas y de la manera de verse en el mundo que tenías.
Sí, también como un ejercicio de analizarse a uno mismo. Mucha gente parte de ideas externas, historias de la sociedad, la gente. Pero, cuando uno mira a estos poetas, siempre es un ejercicio como de autoevaluación, de plasmar muchos pensamientos sobre uno mismo. Eso me parece bacano.
A propósito de eso, cómo defines la visión del autor en tu obra. ¿Tus letras se refieren a tu biografía? ¿Es un ejercicio biográfico?
Es muy loco. Eso pensaba el otro día, sobre si es posible que uno como autor se desprenda totalmente de lo que está escribiendo. Si alguien escribe una novela es imposible que no haya parte de ese autor metida dentro de los personajes, porque uno solo puede hablar de la experiencia propia. Por otro lado, creo que todas las personas somos muy parecidas. Conforme uno va madurando en la vida, se va dando cuenta que muchas cosas que a uno lo atormentaban y que uno pensaba que sólo le pasaban a uno son experiencias que son universales: miedos, inseguridades, esos problemas recurrentes. Al final todos estamos en uno y uno está en todos. Es algo muy bello. Finalmente, con el tiempo, uno se va relajando porque se va dando cuenta que las cosas que a uno le preocupan le pasan a todos. Pero, en mi caso, es imposible desprenderme de lo personal. Sí, es muy autobiográfico. Es como ponerle un sello de que esto es mío.
A veces lo que hago es jugar desde lo absurdo, desde la escritura automática, no pensar en ninguna idea específica a la hora de componer, pero incluso de esa manera salen cosas muy personales. Es muy loco: me propongo hacer algo completamente extraño y aleatorio, pero empieza a salir un montón de información personal. Finalmente, creo que incluso cuando los artistas se afirman en una sola identidad también en un momento eso los empieza a esclavizar. Hay muchas historias que uno ve de artistas que en un momento dicen ‘No sé cómo salir del personaje en el que estoy’. Veía una entrevista de Johnny Depp en la que decía ‘Me siento más tranquilo interpretando papeles que siendo yo mismo. Me siento más pleno haciendo de otra persona’. Llega un momento en el que también ser un personaje se vuelve una manera de evitar toda la complejidad que uno carga. Pero, es un arma de doble filo, porque en un punto la gente se acostumbra a la farsa y eso es lo que te piden. No me imagino cómo será la vida de Bad Bunny, que el man alguna vez dirá ‘Jueputa, quiero volver a ser el man que vendía chicles en la tienda’ porque debe ser absolutamente extenuante estar siempre en la piel de un personaje que siempre es súper cool, que tiene que romper esquemas todo el tiempo, que no puede salir a la tienda en pijama.
En ese sentido, también me parece muy interesante el tema del anonimato. A mí me cuesta mucho, y cada vez más, hacerme autobombo. Si hay alguien al que le guste mi música, quiero que esté separado de mí. El anonimato da mucha libertad. Hay unos pintores chinos de hace mil años antes de Cristo que eran imposibles de localizar, porque siempre firmaban de manera diferente. Eso le daba un motor de frescura al arte. Es como cuando ves a Banksy, que puede salir con cualquier cosa. Uno no espera nada específico de él. Con Bad Bunny sabes más o menos con qué va a salir. Va a ser un tema con Anuel o Arcangel, no va a hacer free jazz. No puede escapar de ese personaje. A mí sí me atormenta quedarme en un lugar en el que tuviera que ser un personaje. No sé, como Silvestre Dangond. El man tiene que ser el vallenatero. Romeo Santos tiene que ser el bachatero o si no la gente no va a copiar. Eso también tiene un costo, porque a nivel de marketing te dicen todo lo contrario: afírmate, tú eres esto. Me parece bacano desafiar eso, hackear la industria musical en ese sentido. Salirse por la tangente con otra cosa. Quiero hackear cada vez más. No estar en el lugar de ‘Yo soy’ sino en el de ‘Yo no soy’.
Y en ese lugar de no estar, es bonito que te hayas encontrado trabajando con Incorrecto, que se ha vuelto un poco el espacio de las canciones disidentes.
Con ellos el trato fue reciente. Luego de lanzar Kilómetros me escribió Santiago diciéndome que quería trabajar conmigo, por lo que hicimos un experimento bien excéntrico con Mau Gatiyo y sacamos un disco rarísimo. No es que lo hayamos hecho en colaboración con él, sino que nos dividimos las mitades, con un espíritu súper punk, desprolijo y desafinado. Eran unas canciones que tenía archivadas súper dementes que había escrito en un encierro anterior de mi vida por diversos temas, canciones muy oscuras, muy absurdas. Fue bacano que Incorrecto se lanzara con eso porque era muy frito. Quedó como Neck Gatiyo y Mau Talese, fue un disco en plena pandemia.
Lo chévere con el sello es que hay una confianza de todo el equipo de Incorrecto. Cuando ya estaba listo el segundo disco estuvieron muy pendientes de ayudarme y estamos construyendo una relación bonita. Es la primera vez que trabajaba con un sello. También entra de un catálogo de canciones y cantantes que no están haciendo la canción tipo Morat. Si yo iba a hacer estos boleros no iban a ser a la manera de Vicente García, súper producidos.
Eso me encanta, que sea crudo. Porque la voz humana no es perfecta y es ahí, como en el gallo, en lo desafinado, que se percibe el sentimiento, la humanidad.
Sí, incluso más aún hoy en día. Porque cuando se grababa en los sesenta o los setenta la cinta era tan sensible que, cuando escuchas discos viejos, se siente el gallo. Después del auge de la cultura de lo digital empezó una tendencia de que todo tiene que ser muy liso, muy perfecto. Todo se volvió en una canción de Frankenstein. Una vez trabajando con un parcero en cinta me decía que en ese proceso lo más bonito eran los errores. Eso es algo que he aprendido de ciertos productores, que resaltan el error. Una vez trabajamos con Jack Endino, el productor de Bleach de Nirvana, y por una razón muy loca le produjo una canción a Conjuro Epiléptico, “Melódicamente”. La canción tenía un montón de problemas técnicos: ruidos en los amplificadores, la captura no fue la mejor. El man lo que hizo fue acentuar todo eso y meterle a esos errores, volverlos hermosos.
Es como cuando ves una obra de Basquiat y sientes el trazo tembloroso y sabes que hay una lucha. También hay otra cosa de la música y es que uno está todo el tiempo luchando. Hay dolor al momento de hacerla y eso está bien. Es algo muy bacano que me ha permitido lograr la escasez en la producción, no tener el súper estudio, no tener el súper productor, no tener manager. Esa precariedad también se vuelve muy poderosa. Componer y hacer arte desde la precariedad es lo más humano que uno puede encontrar, que te conecta más que la canción perfecta que suena en la radio.
La gente, la mayoría de los oyentes, quiere escuchar algo que le sea familiar y eso es el estilo de producción gringo, prístino. Muchas veces es un poco chocante cuando uno no va por ahí, pero es algo de lo que me hablaba alguna vez Eblis Álvarez. El man me decía ‘Pillate la discografía latinoamericana de cincuenta años para atrás y lo más bonito es esa precariedad’. Por eso, pensaba que el punk es la música más honesta que hay, porque está cargada de significado, no de un montón de arreglitos en un empaque bonito. ‘Esto es lo que quiero decir y lo digo. Así sea con una cuerda oxidada, dos acordes y un micrófono hecho mierda’. Otro que me fascina es Daniel Johnston. Porque toda su vida fue DIY, en el porche de sus papás viviendo hasta los sesenta y tantos años, grabando sus canciones en una casetera de veinte dólares de Walmart. El man ni siquiera tenía para copiar de una casetera a otra, entonces grababa cada copia una y otra vez. Cada copia era un original. El man dibujaba hasta las portadas. Eso es hermoso. Al final, todo eso te da mucha libertad porque no te pone en el tema de competir, que es también muy jarto.
Y luego está todo el tema de “Compite contra la persona que fuiste. Sé mejor que tu versión del pasado” Y esa narrativa también puede ser peligrosa. Creo que lo importante es seguir siendo, antes que ser necesariamente mejor.
Sí, la vida la pintan como una cosa exponencial en la que uno va subiendo. Así no es. En la vida subes, luego bajas, te vas a la mierda, te vas a la más mierda y después lo logras y luego vuelves y la cagas. También reflexionaba el otro día sobre cuando supuestamente crees que estás bien en una cosa, estás mal en otras. De pronto estás descuidando alguna otra área de tu vida. Es como la dualidad entre Dios y el Demonio, porque el Demonio a veces empieza a ser más cercano a Dios en el sentido de que defiende cosas mucho más altruistas y Dios empieza a parecer demoníaco porque empieza a destruir ciertas cosas. En un momento, Dios vuelve a reivindicar cosas buenas. Pero siempre se están cambiando los papeles. No hay un lugar en el que te puedan decir ‘Aquí estás bien’ con plena certeza. Tú tienes ciertas vasijas y algunas están vacías y otras están llenas. Un día tienes salud, pero no tienes plata ni amor. Y así. Entonces es bacano no estar en una preocupación por alcanzar ese lugar de superación constante. Sólo crear.
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