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  • Foto del escritorIgnacio Mayorga Alzate

Lolabúm: rendir tributo es también reinventar la tradición


Lolabúm: rendir tributo es también reinventar la tradición
Tomada del FB de Lolabúm

Hace una década nació en el Ecuador una de las bandas más interesantes de la alternativa latinoamericana contemporánea, Lolabúm. Desde que empezaron a cultivar una base de fans en uno de los países en el que la cultura no es una prioridad social, la banda liderada por Pedro Bonfim se ha convertido en una fuerza independiente, un motor creativo que no se detiene en medio del caos latinoamericano y la difícil situación política de nuestro país hermano. A partir de El cielo, su debut discográfico de 2016, Lolabúm ha creado un complejo tapiz de sonidos en el que cabe la nostalgia radiofónica aprendida de nuestros viejos, el sample de grabaciones perdidas de la memoria colectiva y elucubraciones digitales sobre el que se riegan poemas sofisticados, pero de fácil acceso.


Este año la banda se presentó en el Festival Estéreo Picnic como parte de las apuestas locales pues, a pesar de ser quiteños, dos de sus miembros principales (Bonfim y Martín “Techo” Erazo) están radicados en la capital colombiana, tercera ciudad en su escalafón de escuchas. Fue la oportunidad perfecta para presentar en vivo Muchachito triste, su esfuerzo discográfico de 2023 y uno de sus álbumes más pop, aunque no por ello menos complejo y conceptual. Hablamos precisamente con Bonfim y Erazo, a quien nos referiremos como Pedro y Techo por cariño, sobre la actualidad de la música ecuatoriana, las preguntas sobre la identidad en la era de la híper conexión y su cercanía con Nariño.


Un viaje de una década, herramientas y aprendizajes


Muchachito roto se convirtió en el primer disco tras la pandemia, en el que la banda pudo reflexionar sobre la fuerza de la presencia en vivo. Después de diez años haciendo música, la banda ha afilado sus herramientas creativas, pues en un inicio Pedro producía empíricamente las canciones con programas rudimentarios como Audacity. “Fue estar trabajando en Audacity desde el 2014 hasta el 2019, con todas las limitaciones que tiene Audacity y con todas las limitaciones que yo mismo tenía, que teníamos todos, porque había cosas que simplemente uno no sabía”, recuerda Pedro sobre sus primeros demos y sus particulares aventuras discográficas. “Nosotros ahora trabajamos en Ableton Live y eso sí cambió mucho la manera de hacer las cosas. Nos hizo entender también como el espectro de lo que se podría hacer en la computadora. Y eso fue chévere, pero también creo que es importante la escuela de la Audacity, como así tan crudita y tosca”.


“Es chévere ver el paso del tiempo”, añade Techo. “En el primer disco no había un asentamiento, de decir como ‘okay, me voy a sentar en la compu y voy a grabar y ya’, sino que estábamos haciendo canciones en un cuarto”, reflexiona. Y es que si bien el sonido de los cortes de Lolabúm conserva una calidad orgánica en la que se percibe la vibración de las teclas, los golpes sofocados del bombo y una voz que sólo se interviene hiperbólicamente para dar cuenta del artificio, la computadora se ha convertido en un miembro más de la banda, sin que ello implique que sea la máquina lidere el sonido de la agrupación: “el Live sí nos ha dado como la posibilidad de expandir el sonido, pero tampoco somos súper exigentes con eso, sino que también vamos yendo hacia otro lado de lo conceptual de la canción y de sus bases”.



Lolabúm: rendir tributo es también reinventar la tradición
Fotografía por Juan Pablo Paredes (Pasternak)


Con un catálogo de una década de canciones, Lolabúm ha aprendido también a construir una curva importante para sus presentaciones. Si bien es cierto que no es una preocupación central al momento de producir un disco, es una inquietud que igual se discute durante la ideación de cada trabajo discográfico. “En el 2020 sacamos dos discos. Estaban muy poco pensados para ser tocados en vivo, también, en gran medida, porque no se podía”, explica Pedro. “En los dos primeros discos sí había esa preocupación. En el primero era muy fácil porque no había diferencia entre lo que hacíamos en vivo y lo que hacíamos en estudio. En el segundo ya comenzó a pasar un poco más eso, pero lo resolvimos también desde el mismo formato, sin cambiar las cosas realmente”. Verte a fin de año y O clarividencia marcaron un camino para poder experimentar con la elasticidad de la canción, por lo que en Muchachito roto la importancia se concentraba en lo que la composición exigía, antes siquiera de determinar si era atractiva para el formato en vivo. “Ha sido muy inspirador ver algo que se está formando y preguntarnos cómo lo vamos a llevar a tocar en vivo. Crearnos la manera de pensar distinto”, concluye al respecto Techo.


Escena, cultura y estímulos


Como señalaba MIEL el año pasado, pareciera que la identidad ecuatoriana contemporánea tiende a dar la espalda a su propio ser para aspirar hacia un ideal del Norte del continente que le impide conocer y respetar lo propio. Aunado a ello, la falta de estímulos, salas o infraestructura que sostenga la industria musical hacen su parte en el entorpecimiento de las actividades culturales en el país. Sin embargo, más allá de las dificultades que por infraestructura tiene el Ecuador, Pedro reflexiona sobre el problema cultural de base para que dichos espacios no hayan logrado constituirse de manera eficiente: “Creo que la gente está desesperada por ser gringa, por tener espacios y estéticas gringas que no responden a nuestro contexto. Quito es una ciudad extremadamente andina y es una ciudad donde no puedes hacerte el loco de que convives con indígenas, con tradiciones, y para nada en un sentido como mágico y maravilloso, sino muy injusto”, explica. “La gente siente que no hay una industria también porque no es una industria gringa y a mí lo que me parecía interesante es justo ver cómo podemos construir una industria ecuatoriana que se ajuste más a nuestras necesidades reales y al contexto en el que estamos”.


En ese sentido aspiracional, Pedro señala que el país podría aprender de las lucrativas maneras e ingeniosas estrategias de circulación que ha logrado construir el circuito de la technocumbia. Han pasado 35 años desde que Ricardo Suntaxi presentara el clásico “Marujita Marujita”, probablemente el inicio del fértil recorrido del género, por lo que es un fenómeno popular extenso de la industria: “Es algo de lo que no se habla, o al menos en ninguno de los espacios que he visto en los que se discuten cuestiones de industria”, reflexiona. En ese sentido, los mercados culturales y musicales pierden relevancia en la medida en que respondes a guiones exactos y extrapolables a cualquier circunscripción geográfica, por lo que devienen en obviedades que no apelan al contexto específico.



En pocas palabras, el experto en servicios de streaming que va a dictar un taller a Quito, Guayaquil, Bogotá, Medellín Cali o Montevideo, no es útil sino hay un conocimiento previo de las particularidades de cada uno de los mercados regionales. No son fenómenos totales. Son dinámicas específicas de las que podríamos estar aprendiendo y que aún ignoramos. “Siento que también es una oportunidad perdida para para desarrollar una industria propia sostenible, más justa, porque la industria gringa y el modelo gringo es súper injusto. O sea, si tienes a una mujer billonaria como Taylor Swift quejándose es porque algo está ya muy mal”, señala Pedro.


Aunado a ello está el hecho de que durante una crisis política o social la primera víctima es la cultura, a pesar de que sea precisamente durante estos períodos de incertidumbre en los que parecen pulular proyectos artísticos sobresalientes que canalizan la rabia, desilusión o miedo de los coetáneos de músicos y escritores, de dramaturgos y pintores. “Es un momento triste igual ahorita el que está viviendo el país en general. En Ecuador la cultura siempre se ve afectada. Han sido años de años de años de siempre ponerle trabas. Eso se siente muy desalentador en el país”, redondea Martín, conforme se pregunta por el futuro de agrupaciones que les siguen en su país en la línea cronológica de su historia cultural.


Lo popular, lo propio dentro de lo alterno y los aprendizajes de Nariño


A los ojos de Martín y Pedro, que corroboran la mirada que muchos tenemos sobre nuestras idiosincrasias propias, en Ecuador existe un problema de raza asociado a las formas populares de la cultura. En ese sentido, la leyenda de la aceptación de los pueblos originarios como parte fundamental de la identidad de los países latinoamericanos tambalea cuando se repara la manera cómo observamos al otro discursivo. Ecuador es un país extremadamente racista, a pesar de que sí haya como una convivencia con los primeros pobladores. O sea, ahí es cuando uno en Quito puede como hacerse la pregunta de cuál es su posición al verlos y al interactuar con ellos”, explica Pedro.


En ese orden de ideas, como se resaltaba anteriormente, la música popular ecuatoriana no es vista con el respeto y el sentido de pertenencia que debiera. “La gente se ríe de la tecnocumbia pero ahí está también una historia de la que hacemos parte. En Ecuador no se la ve por música válida por racismo, porque plata genera mucha”, reflexiona Pedro. “Yo siempre hablo de Polibio Mayorga, que es uno de mis grandes referentes de la música ecuatoriana, porque el tipo es un referente de la innovación en contra de esa idea de que en Ecuador no pasó nada. El tipo estaba utilizando sintetizadores en Ecuador para hacer música tradicional ecuatoriana, casi que al mismo tiempo que los Beatles o de Kraftwerk”, resalta. En un sentido análogo, por ejemplo, está el caso del italo-colombiano Roberto Fiorilli quien ya para 1971 estaba interpretando guabinas y pasillos en clave electrónica en Tradición y transición, el legendario regalo que nos dejaron Los Electrónicos.


Sin embargo, al ser Lolabúm parte de una generación digital en la que la proliferación de música independiente era parte constitutiva de la identidad urbana, la pregunta por la identidad se extiende. En ese sentido, su preocupación por lo “ecuatoriano” y otras discusiones de orden sociológico más elevado trasciende el regionalismo folclorista, como el que ironiza Mónica Ojeda en Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, sino que apunta al desarrollo de una industria propia que repare en su contexto inmediato para configurar un sonido único que pueda dialogar con lo que pasa en el resto del globo en un sentido sonoro. Nosotros también somos parte de la generación que pudo ser fan de la música ecuatoriana. O sea, nosotros crecimos escuchando música ecuatoriana que no era propiamente de folklore, pero que tenía rasgos de, como Sal y Mileto, que fue una de las de las grandes bandas que nos impactó profundamente en todo sentido”, explica Pedro sobre la importancia que tuvo la banda de Pául Segovia para el concepto de su propia agrupación. “También fuimos los chicos indies que se hicieron fans de La máquina camaleón o Da Pawn”.


En ese sentido, por cercanía geográfica, Lolabúm ha desarrollado una relación de amor y respeto con los músicos de Nariño. “Fue como encontrarse con una familia perdida. Cuando conocimos a los pastusos fue decir ‘Viva Ecuador’, porque de repente teníamos gente que estaba orgullosa de las cosas ecuatorianas y que escuchaba la música, que también la bailaba y que conocía nuestra música e historia”, recuerda Pedro. Además, con los nariñenses Martín y Pedro comparten el hecho de vivir en Bogotá, por lo que han estrechado lazos con artistas como Gabriela Ponce o Búha 2030. “Ellos están en la mitad y defienden Colombia como defienden a Ecuador y están integrando las dos cosas, lo están visibilizando y perciben las cosas como deben ser, de manera íntegra.  No tienen esa cosa de ver sólo al norte, sólo a los gringos, sino que es un ejercicio de vernos más bien a nosotros mismos como somos. Yo creo que eso es algo que me ha encantado de ver de Pasto y yo siento que por eso tienen como esta resonancia tan fuerte acá en Bogotá ahora: porque también viene de sostenerse y mirarse entre ellos mismos porque están orgullosísimos de eso. Por eso es como son unas personas muy lindas muy transparentes”, complementa Martín.

 

Muchachito roto, un tributo a la música ecuatoriana


A lo largo de su trayectoria Lolabúm ha presentado álbumes claves para pensar y entender las nuevas propuestas del Ecuador alternativo. En marzo de 2023 la banda lanzó su último álbum, Muchachito roto, en el que celebra la música de su región desde una perspectiva plural y diversa. Como que estaba un poco hablando de ese disco como un tributo a la música ecuatoriana, también puede ser un poquito incendiario porque no viene mal. Cuando pensamos de música ecuatoriana, pensamos en cosas bien específicas entonces para mí era como el juego de hacer de esto un tributo a la música ecuatoriana con la que crecimos”, explica Pedro. En ese sentido, el álbum es consciente y evidente del lugar de donde viene, explorando una extensa amalgama de sonidos con décadas de diferencia. “En este disco están sampleadas canciones ecuatorianas de 1967, pero también canciones ecuatorianas del 2002 o del 2022. Para mí era también un poco jugar a inventarse un sonido ecuatoriano usando referencias. Porque siento que también es chévere ser herederos de cosas”.


Lolabúm: rendir tributo es también reinventar la tradición
Fotografía por Juan Pablo Paredes (Pasternak)

Y es que el señalamiento y la cita contextualiza una historia cultural de la que un artista es heredero. “Baracunatana” puede ser una de las canciones más trascendentales de Aterciopelados, pero es también una versión de Lisandro Meza que evidencia el interés por las manifestaciones populares por parte de Andrea y Héctor, así como cuando Los Elefantes versionaron a Rodolfo Aicardi para su temprana versión de “Vivir la vida”, reflexionando sobre la manera en la que nuestros tristes carnavales configuran el ethos del colombiano promedio. Son rasgos culturales que tienen un impacto en manifestaciones específicas y no buscan universalizar ni erradicar la diferencia al hablar de lo que hace que un producto sea, o no, ecuatoriano. “Si seguimos sampleando soul gringo de los 70 vamos a seguir haciendo músicas gringas. Si de repente ampliamos la música, no digo ni siquiera como una guaracha, sino como un soul colombiano ya es como un paso que a mí me parece interesante para encontrar algo propio”, reflexiona Pedro.


Si el disco es una reflexión sobre el contexto histórico y cultural del que emergió la música de Lolabúm, los poemas que comprenden las canciones son una suerte de reflexión sobre el contexto personal y biográfico del que emergieron los integrantes de la banda. En ese sentido, la experiencia de la banda es indivisible del sonido del álbum en un sentido formal y poético. En un primer nivel denota la evolución compositiva y la profesionalización en los quehaceres de producción y máster. En un segundo demuestra que estos jóvenes que llegaron pronto a revitalizar la música de su país, mis palabras no las suyas, han dejado atrás las mocedades propias de quienes inauguran la primera mitad de los veinte con alcohol y relaciones turbias, para entenderse en los aprendizajes que signaron su espíritu en ese momento al que ahora sólo pueden acceder desde la nostalgia. “Me pareció interesante ver hacia atrás y decir ‘guau, hemos dejado de ser los niños que iniciamos la banda, ya no somos los niños que escuchaban esta música la que les estamos haciendo tributo”, resume Pedro.  


Al final, Muchachito roto es parte de un recorrido en el que Lolabúm se inscribe como parte de la conversación sobre la música ecuatoriana, no ya la folclórica, histórica e inamovible, sino como parte de una continuación continental en la que los actores de distintas geografías dialogan para definir los múltiples colores de la contemporaneidad latinoamericana. “La respuesta de la gente también ha sido muy chévere, sobre todo porque tiene este contexto de rendir tributo a los chicos que somos y lo loco que se siente loco crecer”, añade Martín. “Siempre jugar a ver qué es lo próximo que va a salir y que vaya cambiando. Que sea siempre transparente a lo que estamos viviendo actualmente. Por eso es importante ese tributo, es importante darle ese gran énfasis que le pusimos”, concluye. Así las cosas, continuar sobre el camino que despejaron para nosotros, conscientes de que somos rupturas y continuaciones, los sueños que nos legaron y aquellos que fuimos definiendo a la luz del fuego de nuestra alma, seguimos haciendo historia. Por ello, para Lolabúm: rendir tributo es también reinventar la tradición



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