top of page

Las mejores presentaciones internacionales de Estéreo Picnic 2025

  • Foto del escritor: Ignacio Mayorga Alzate
    Ignacio Mayorga Alzate
  • hace 5 días
  • 6 Min. de lectura


¿Qué vuelve inolvidable una presentación en un festival? No existe una fórmula definitiva. Lo cierto es que ni el despliegue más espectacular de luces y fuegos artificiales, ni las visuales más ambiciosas pueden salvar un concierto vacío, carente de entrega. Con frecuencia se ve a artistas sobre el escenario como si solo estuvieran cumpliendo una cita más en su agenda: repiten vestuarios usados desde hace años, apenas interactúan con la audiencia, y su presencia transmite desinterés. Te estoy viendo, Eladio. El prestigio global de un nombre no garantiza, en lo absoluto, una buena actuación. Porque una vez que el público ha cumplido el sueño de ver en vivo a sus ídolos, todo encanto se disipa si la presentación no despierta algo real, si no hay vínculo entre el artista, sus canciones y quienes están frente a él.


Un show es fantástico cuando hay coherencia, cuando suena bien, cuando el artista conecta con el público, cuando la identidad de la presentación está clara. Este año asistimos a un festival vibrante y maravilloso que mostró, por todo lo alto, que este festival es una parada obligada para el desarrollo de carreras internacionales, por lo que la barra es siempre alta. No creemos que por el respaldo que tenga una propuesta, por más concepto que exista detrás del arte, la presentación sea necesariamente buena. En ese sentido, todo hay que decirlo, el show de Foster the People no clasifica en este listado. Torches fue un gran álbum para una gran banda. Hace más de diez años. Dejando de lado las decepciones, estos fueron, para nosotros, los mejores shows internacionales del Estéreo Picnic 2025.


Justice

El regreso de Justice a Colombia fue un ritual de luces, distorsión y reverencia. Abrieron con “Genesis” mientras un haz estroboscópico blanco cortaba la neblina en el escenario Adidas, como una llamada a los fieles. Desde el primer compás se sintió que el dúo francés no venía a presentar un show, sino a regentar una misa. Las estructuras de iluminación vertical que los rodeaban pulsaban como una máquina viva, sincronizadas al milímetro con los golpes secos del bajo. La transición entre “Stres” y “Afterimage” fue uno de los momentos más crudos del festival: un remezón visual y sonoro que convirtió el campo en una masa vibrante. Fue un concierto de precisión quirúrgica, sin espacio para la improvisación pero con una carga emocional demoledora, como si cada compás afirmara su lugar como una de las entidades más monumentales de la electrónica.


Tool

La presentación de Tool fue una lección de control, tensión y catarsis. El sonido llegó con la potencia milimétrica de una maquinaria engrasada y cada visual parecía expandir el espacio cargado de símbolos arcanos para los no iniciados. Comenzaron con “Jambi” y desde ahí impusieron un tempo grave, casi ceremonial. Maynard James Keenan, oculto entre sombras, evitó protagonismos mientras la voz flotaba como un mantra entre estructuras progresivas que se desarmaban y reconstruían en tiempo real. El público se mantuvo hipnotizado: nadie hablaba, nadie se movía de más. Fue un show que demandó atención activa y, a cambio, ofreció una experiencia casi sensorial. Las visuales de órganos, geometrías imposibles y figuras humanoides completaron un cuadro que funcionó más como experiencia inmersiva que como concierto tradicional. No seremos los mismos.


Parcels

Los australianos hicieron de la noche del viernes un momento cinematográfico. Con una propuesta visual minimalista pero elegante, Parcels construyó un groove constante y contenido, sostenido por la interacción entre guitarras limpias, teclados en delay y armonías vocales que remiten a una nostalgia sin época definida. El momento culminante llegó con “Tieduprightnow”, en el que la línea de bajo marcó un quiebre en la atmósfera relajada, empujando a la audiencia al movimiento. La banda no busca los estallidos: su show es como una autopista nocturna, suave, infinita, ininterrumpida. Cada canción se conectaba con la siguiente como capítulos de una misma novela. Fue uno de los sets más sofisticados del festival.


Charlotte de Witte

Charlotte apareció como una figura casi estática en el centro de un torbellino de bajos y luces industriales. Su acid techno no busca agradar sino someter: bpm altos, líneas de sintetizador repetitivas y una progresión agresiva que apenas daba respiro. El set fue una demostración de potencia y foco. No hubo interacción con el público más allá de la energía directa de su mezcla, pero eso bastó para que el escenario Falabella se transformara en un búnker de sudor y resistencia. Las visuales en blanco y negro aumentaban la sensación de encierro. Fue una hora de asfixia elegante: todo brutal, todo exacto. No es una sorpresa que la belga sea hoy por hoy uno de los actos femeninos mejor recibidos en el momento actual de la electrónica, pues ha marcado tendencia con sus actuaciones. ¿Su secreto? El canalizar sus influencias con una inteligencia precisa y propia.


Clubz

El dúo mexicano jugó con las texturas pop sin perder profundidad. La inclusión de nuevos arreglos en temas como “Áfrika” y “El rollo” les dio un giro más denso, cercano al house en vivo, con capas de sintetizadores que les otorgaron una sonoridad más expansiva que en grabaciones. El público respondió con una mezcla de entusiasmo y entrega. Su show tuvo algo de celebración discreta, en la que cada canción se sentía como una entrada a la pista de baile y al mismo tiempo una carta personal. El uso de visuales psicodélicas cerró la experiencia con un tono dream pop que los separó del resto de la jornada. Quizás el momento más sobresaliente en medio de una presentación exacta y maravillosa fue cuando versionaron “Bailando” de Paradisio, parte de su último álbum.


Kavinsky

Pocos shows fueron tan narrativos como el de Kavinsky. Desde el inicio con “Renegade” hasta el cierre con “Nightcall”, su propuesta estuvo atravesada por la estética cyberpunk: luces rojas, neón, visuales inspiradas en videojuegos de los ochenta y atmósferas que remitían a películas como Drive o Blade Runner. Cada track parecía construido como un fragmento de una historia nocturna en una ciudad retrofuturista. Lo que comenzó como una propuesta de baile terminó convertido en una especie de ópera electrónica: lenta, envolvente, precisa. Fue uno de los pocos sets en el que la nostalgia no era un recurso fácil, sino una materia prima compleja con la que se elaboró una arquitectura sonora perfectamente coherente.



The Hives

The Hives llegaron a destruir y cumplieron. Su entrada fue una explosión: luces blancas, trajes monocromáticos, guitarras a volumen diez. Pelle Almqvist dominó la tarima como un predicador punk, interrumpiendo canciones para hablar con el público en un español caótico pero eficaz. Tocaron todos sus clásicos, pero el momento más salvaje fue “Tick Tick Boom”, que convirtió la explanada en una batalla de pogo y gritos. Cada canción duraba menos de tres minutos, y la intensidad era constante. No hubo espacio para matices: solo energía bruta, punk teatral y la convicción de que el rock todavía puede ser una ceremonia salvaje. The Hives no permitió que la lluvia y los truenos frenaran su apabullante recorrido. Antes bien, el cielo regándose sobre miles de asistentes, además de sobre los suecos, le dio un matiz épico a una de las presentaciones que pasara a la historia del festival.


Rüfüs Du Sol

La banda australiana ofreció uno de los shows más cinematográficos del festival. Desde los primeros acordes de “Next to Me” hasta el cierre con “Innerbloom”, Rüfüs construyó un relato de intensidad creciente, sostenido en una combinación precisa de atmósferas melancólicas y crescendos explosivos. Las visuales se movían entre la abstracción líquida y las imágenes naturales, siempre en sintonía con los clímax de la música. El público, entregado, oscilaba entre el trance contemplativo y el baile masivo. Fue un show que no buscó sorprender con efectos, sino con una narrativa emocional perfectamente medida. A veces, sin embargo, la banda peca de grandilocuente.


Cariño

El trío madrileño convirtió el escenario Adidas en una fiesta explícita de guitarras simples y letras transparentes. Con una puesta en escena sin artificios, y sobreponiéndose a las dificultades técnicas, Cariño le habló al público como quien escribe un mensaje de texto largo a las tres de la mañana. Canciones como “Canción de pop de amor” o “Tamagochi” resonaron no sólo por su letra, sino por la manera directa con la que se conectaron con un público joven que las coreó como himnos. Fue un show corto pero efectivo, con más energía emocional que despliegue técnico. Una bocanada de tontipop sin pretensiones que contrastó con las propuestas más grandilocuentes del festival.



Empire of the Sun

Empire of the Sun ofreció el show más teatral del festival. Con trajes futuristas, visuales en 3D y una escenografía cambiante que incluyó elementos de ciencia ficción, mitología y naturaleza, su concierto fue una experiencia multisensorial. Musicalmente oscilaron entre el synthpop de estadio y las baladas épicas, con momentos como “Walking on a Dream” convertidos en celebraciones colectivas. Luke Steele, vestido como un emperador galáctico, actuó cada canción como si fuera parte de una ópera de otro planeta. Fue una presentación onírica para una edición del Estéreo Picnic que este año le apostó al espectáculo total. No hay duda: la nostalgia puede reinventarse. No es necesario jugar siempre a evocar la juventud para conmover.



 

Comments


bottom of page