Hace más de veinte años Índigo se convirtió en la banda referencial del dream pop en Perú luego del lanzamiento de un álbum homónimo de la mano de Sony Music. Más de quince años después la banda regresó con Bipolar en 2017 y, luego de un cambio en su alineación, desde ese mismo año el guitarrista Darko Saric fue el encargado de liderar la banda, siendo el único miembro original de esta revelación de principios de milenio. Entonces Madonna estaba en el momento de transición de Ray of Light hacia Music, construyendo una identidad híbrida influida por Massive Attack, Imogen Heap, Moby e incluso Björk. Sin embargo, pocas personas en la música global estaban yendo tan lejos. Era la década de las boy bands, tanto en el pop como en el rock, una binaria identidad del híper macho o el cursi adolescente enamoradizo. Mientras tanto, nombres como Christina Aguilera y Britney Spears daban cátedra sobre como llegar al platino sin proponer mucho más que una serie de fórmulas que, hoy sabemos, les fueron impuestas por una industria tramposa y patriarcal. En medio de esto, en el Perú, Índigo creaba un proyecto único lleno de vida, un pop ensombrecido y permeado de soledad y voces lejanas, un sonido que volaba sobre alas humanas para llegar muy cerca de un cielo nublado.
Acompañado de Drea Sánchez en el bajo y Jonatan Zúñiga en la batería y las secuencias, la banda de Saric presentó por fin este año su nuevo álbum, Mar, una reflexión inquietante sobre ese convulso universo que habita cada persona, un océano de posibilidades anímicas y emocionales, un vaivén que va de la calma en la tormenta en un segundo. Continuando con un trabajo emocionante de guitarras, pero jugando con las nuevas bondades del universo electrónica y la experticia cinemática de Saric como compositor de música para cine, Mar es una joya del pop peruano. No es un álbum cursi, ni mucho menos, es un regreso a la forma inteligente de los new romantics, a la sensibilidad explosiva del synth pop de The Human League, a los más cálidos de The Cure en “Pictures of You”, o a la sensibilidad soft rock de Chris Isaak en “Wicked Game”. Con Mar Índigo regresa a su puesto vital en la producción musical peruana para construir un álbum redondo que, como la figura titular, esconde mucho más de lo que muestra en primera instancia. Para celebrar este lanzamiento clave para el continente, hablamos con Darko Saric sobre el disco, la vigencia de la música, Taylor Swift y pianistas de Islandia.
Creo que lo que corresponde es que retomemos la historia de Índigo desde 2018, cuando empezaron a trabajar en Mar.
Toda esta nueva etapa de la banda comienza en 2017, cuando ya quedábamos dos de los integrantes originales, y el vocalista me dice “Yo sé que es algo fuerte, que te has venido desde Nueva York”, porque yo estaba viviendo allí desde hacía quince años y al ver la posibilidad de rearmar la banda me gustó la idea. “Necesito empezar mi carrera como solista. Ahora tú eres Índigo”. Me agarró como un baldazo de agua fría y puso a plantearme si buscar un nuevo vocalista, porque yo cantaba muy poco, teniendo en cuenta que yo era el único que podía continuar con esto.
La música que hacemos, técnicamente, no es música académica, no se trata de interpretarla perfecto. Es más, una propuesta de hacer sentir las emociones que quieres transmitir, más que tocar las canciones de una manera sin fallas. Me di cuenta entonces que era el más acertado para cantar, más por el tema de lograr transmitir las emociones que se buscaban con las canciones. Primero saqué una canción yo sin decir quién era el que estaba cantando, pues no quería que la decisión de seguir con la banda se tomara como un capricho. Realmente quería que fuera una continuación que diera la talla con la historia de la banda. Ahí empecé a recibir muy buen feedback de nuestros seguidores. Me di cuenta de que la música seguía siendo la misma. Anunciamos entonces que era yo quien estaba cantando, que seguiríamos nuestro camino sin Iván, pero que la musa iba a mantener sus influencias musicales, aunque habría cambios en la voz, los teclados y un poco en el estilo. Índigo se convierte no en una banda de rock alternativo con influencias new wave, sino que toma más las influencias mías que son, desde siempre, el dream pop, el shoegaze y, siempre, new wave.
Conocí entonces a Andrea, la bajista, le presentó los demos que tenían, el concepto del disco Mar, que viene un poco del sencillo “Mar adentro” y ahí después empezamos a buscar al tercer miembro. Tocamos con varios amigos bateristas hasta que encontramos a Jonathan, un baterista muy bueno que era fanático de Índigo de chico. Hemos formado, de esta manera, una banda muy linda, hay una amistad muy bonita, que es lo principal. Índigo se basa en que haya una congenialidad. Como te comentaba al comienzo: la música que hacemos se basa en transmitir emociones. Entonces más que la música que te transmite energía que te produce ganas de bailar, Índigo trata más de escarbar esas emociones que a menudo no queremos tener a flor de piel. Para que ello suceda, sin embargo, la banda tiene que llevarse bien, tiene que ser una banda en la que los tres estemos sintonizados. Ese es el resumen del camino que se ha dado en este nuevo momento de la banda.
Fue un proceso largo de casi tres años. En el proceso de gestación de discos actualmente se busca un poco corresponder a la novedad. ¿Cuál es su relación con las fórmulas del mercado? ¿Tenían miedo de que el sonido perdiera relevancia a partir de las tendencias de consumo o buscaban la creación de algo eterno, de lo atemporal? Sabemos que un Purple Rain de Prince jamás va a envejecer, a pesar de que haya nuevos Rhodes, nuevos Moogs.
Más que eso estábamos pensando en cómo crear una identidad para esta nueva etapa. Siempre he admirado a las bandas que van un poco contra la corriente, que la búsqueda es la búsqueda de un sonido, de una identidad propia. Desde Purple Rain al Joshua Tree de U2. En el medio del fenómeno del glam rock aparecen cuatro irlandeses caminando por los desiertos de los Estados Unidos buscando su propio camino. Índigo ha tenido eso desde el inicio. Cuando salimos en el 2000 nuestro sonido se basaba mucho en los delays, en un queu de los 80 el cual ya está muy pasado de moda. Y, para bien o para mal, eso ha hecho que la gente que nos sigue haya valorado eso. Es algo que no podríamos hacer de otra manera. Podríamos incluir ciertas cosas, otras tendencias en los sonidos, pero en la matriz, en la canción tal cual y en el sonido siempre va a ser una búsqueda de una identidad en lo musical.
Eso es en últimas lo que les permite a las bandas seguir siendo auténticas. Lo que respeta el primer fan es la honestidad detrás de la canción.
Sí, desde el inicio se planteó una necesidad de buscar una sonoridad propia. No por una posición, digamos, anticomercial tampoco. Cada artista tiene el derecho de hacer con su carrera lo que quiera. Por eso, cada artista tiene el campo abierto de buscar lo que quiera. Si hay músicos que deciden caminar el camino de buscar algo que sea más accesible, ellos son los que se tienen que ver al espejo y cantar esas canciones en cada show. En lo personal, y hablo por la banda, queremos tener algo que podamos tocar si nos toca interpretar las canciones todos los días y que todos los días nos sintamos a gusto de interpretar esas canciones particulares. La única manera de lograr ese equilibrio es haciendo música que realmente te haga sentir bien.
Uno de los detalles que más me emocionó del disco es que la canción titular, que abre el álbum, es un corte instrumental. Rescato esta decisión estética porque antes que corresponder a la manera tradicional de ofrendar un sencillo al mercado que nomine al disco, presentan una experiencia de escucha íntima que nos introduce al disco.
Claro, no nació bajo ese formato. Simplemente se dio. Si uno analiza el sencillo, “Exceso en espiral”, tampoco es un corte comercial. Porque no tiene un coro o un estribillo que se repite, la letra es demasiado larga. Pero, de alguna manera, sentimos que era la canción que tenía un hook de guitarra muy simbólico a lo que podría ser una influencia fuerte de la banda, a esos licks de guitarra bien a lo Johnny Marr, al new wave. Por eso lo decidimos. La manager nos decía que esta canción no se la podía quitar de la cabeza, por eso fue nuestra carta de presentación a un disco que en verdad es una unidad, todas las canciones suman para eso. Cuando alguien me pregunta cuál es la canción favorita me toca nombrar dos o tres canciones buenas que me gustan porque están en el disco, porque están en conjunto con otras canciones que vienen antes, que las elevan si las escuchas de esa manera. La idea no era individualizarlas.
Claro, es un concepto pleno y, en ese sentido, es muy poderoso el símil entre el mar y el ser humano con todas sus posibilidades expresivas. Quisiera extender la metáfora por vicio literario y preguntarles por la relación que encuentras entre fenómenos que afectan al océano en el caso de los humanos. Me refiero a la luna, el cambio climático, el desdoblamiento de los polos, etc. Me parece que es un arte poética que no solo puede mostrar la individualidad y el caos interno del ser humano, sino que también se puede extender a la humanidad misma.
Tal cual. El planeta Tierra es mucho más mar que superficie, además de que nosotros somos 70% líquido. Los cambios nos afectan de una manera que a veces no sentimos muy obvia, pero sí hay estudios que evidencian eso. El concepto de mar es inmenso. Se puede llevar a diferentes lados, tiene muchas aristas. Nosotros para no poner la cosa muy complicada lo vimos del lado de la inmensidad interna, del mar que traemos dentro. Por eso salió mucho de la canción de “Mar adentro”, que es cuando alguien se va lejos a pescar, al mar adentro. Pero me gusta mucho también el concepto de “adentro”, del interior. Me gustó esa ambivalencia que está ahí, porque puede ser adentrarse uno mismo en su propio mar de emociones. Y un poco el nombre se me quedó por la película española con Javier Bardem. Como artista me encanta que hayas percibido todo esto.
Me gusta mucho del disco que logra entretejer una serie de influencias (los discos de 4AD, el The Cure más atmosférico o el Soda más experimental) con una identidad líquida del proyecto, es decir, siempre en transformación. Después de una carrera extensa y harto creativa, ¿cómo dialogan las influencias en la creación de su música ahora?
De lo que me puedo dar cuenta ahora es que no necesariamente la música que escucho es la que voy a plasmar como músico. Me he dado cuenta de que estoy escuchando mucha música para ser un oyente, un receptor, no para cazar influencias. Me he dado cuenta de que hoy lo que más me influye son las situaciones emocionales, las cuestiones que estamos viviendo como sociedad. Al final de cuentas, el sonido de la banda ha estado marcado por la sensibilidad de la música. Sé que nunca vamos a agarrar y poner una guitarra punk, que nunca vamos a agarrar y poner un ritmo de reggaetón con shoegaze. Las cosas no van a ir por ahí. Es una música que va a estar bien ligada a la contemplación, a lo cinemático, al dream pop. Entonces, en cuanto a lo que yo escucho trato siempre de buscar cosas nuevas que me nutran más como ser humano que como músico. Por ejemplo, ahorita estoy escuchando mucho Ólafur Arnalds, un pianista islandés, una música muy de película, está muy ligada al post rock, pero sin guitarras.
Un poco lo que se quiere hacer con Índigo es retomar, desde lo artístico, retomar un poco el pop. Creo que a través de los años se ha olvidado que el pop es arte. Se ha dejado guiar mucho por la popularidad de la música que por el statement que estaba dando. Antes de los ochenta tenías bandas pop como Talking Heads, Prince en sus inicios, The Smiths, tenías bandas con mucha esencia artística que se ha perdido bastante con los años. En los noventa se perdió casi por completo. Había muy pocas bandas que tuvieran esa connotación artística. Quizás los grupos del dream pop, del shoegaze, estaban jalando un poco de esa tendencia con actos como Sonic Youth, pero después el pop dejó de lado las influencias artísticas, la posibilidad de romper moldes, de contestar a algo. Después un poquito como que se retomó con el indie de nuestros días. Pero creo que en Suramérica se necesita un poco más. Aquí en Perú siento que hay bandas que están buscando su identidad, que hace quince años no hubiera sido viable por lo limitantes que eran los medios de comunicación. Pero, ahora por el Internet y porque cada uno se puede forjar sus nichos, existe. Está bueno. Es nuestra manera de decir “sí, somos pop. Somos melódicos. Nos gustan mucho las melodías, pero no somos intrascendentes con relación al arte”. Tiene que haber un aporte artístico, una forma personal de ver la música.
De cualquier modo, esa barrera la reventó hace más de cincuenta años Andy Warhol, entonces no entiendo por qué la gente sigue teniendo esa discusión. Por poner un ejemplo, creo que el último disco de Taylor Swift es una genialidad.
Creo que, al final de cuentas, va a haber gente para todo. Va a haber público para todo tipo de música. Y para las personas que quieran hacer música con estribillos, existirá un público. Al final, creo que uno tiene que ser sincero con uno mismo. Y que bueno que bueno que Taylor Swift llegue a un punto de su carrera en el que tiene tanto poder que puede hacer todo lo que quiere, porque ya no es una chiquita de 18 años. A mí me parece que el disco Ray of Light de Madonna es un discazo. Nunca me compré un vinilo de Madonna, pero siempre me pareció que su música estaba bien hecha. Pero, cuando sacó el Ray of Light que lo produjo junto a Patrick Leonard, me pareció una genialidad. Mis amigos me decían “¡¿Cómo estás escuchando Madonna?!”. Pero era un disco que tenía elementos de Massive Attack, de la cultura asiática, de muchas cosas. Creo que ese disco lo hizo mientras estaba embarazada. Creo que el artista tiene que ser sincero consigo mismo y hacer lo que realmente le nace. También conozco un montón de bandas muy comerciales con música hecha muy para gustar. Y no gusta. Y no funciona. Porque es forzado. Hasta cierto punto uno puede fingir. Muchos amigos músicos dicen que hacer pop es fácil. Es fácil si te gusta hacerlo y si realmente lo sientes. Pero si no te gusta o no lo sientes, la gente lo va a notar. En algún momento.
El estudio casero supone una serie de ventajas y desventajas en la creación de un trabajo. Con la dinámica del teletrabajo instaurada en pandemia muchos sufrimos con la no separación del espacio doméstico y laboral. ¿Cómo influye la cotidianidad al matiz de las canciones de Mar?
Bueno, gracias a las circunstancias de mi trabajo no ha cambiado mucho. Yo hago música para televisión, entonces siempre he trabajado desde casa. Ya llevo diez años así. En ese sentido, la pandemia no causó un estrago en cuando a mi rutina, fue un estrago en otras situaciones. Fue fuerte estar lejos de mi familia, tener ese miedo a algo desconocido, todas esas cosas que pasamos. Al contrario, le dije a Andrea que viniera a acampar a la sala y de alguna manera, ya que no íbamos a poder hacer nada de salir o tocar en vivo, dedicarnos al disco. Fue una cosa increíble. Creo que ayudó a formar más aún la identidad de Índigo a como es ahora. Andrea empezó a cantar más en las canciones, se creó esa dualidad vocal que aparece en más canciones, que no estaba planeada y que, al darse de manera espontánea, nos encantó. Entonces algo de lo que me di cuenta y que es algo que antes otras bandas lo hacían, que se ha perdido un poco, es eso de retraerse, irse un mes o semanas a un sitio y convivir todos juntos bajo el mismo techo, es algo muy beneficioso para una banda. Muy beneficioso. El hecho de convivir con Andrea y estar todos los días buscando sonoridades, buscando letras, te nutre tanto que crecimos mucho como banda. Es algo que yo le recomiendo a cualquier proyecto musical: “váyanse a vivir juntos, hagan las paces, vivan todo ese ciclo de estar juntos y hacer música juntos”. Uno podrá caminar más rápido solo, pero cuando camina acompañado, va más lejos.
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