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Gato e’ Monte: un diálogo entre el barrio y la música

  • Foto del escritor: Ignacio Mayorga Alzate
    Ignacio Mayorga Alzate
  • hace 6 minutos
  • 5 Min. de lectura

Fotografía: Tilo Gómez
Fotografía: Tilo Gómez

En la edición 2025 del Estéreo Picnic, una de las presentaciones más celebradas fue la de Gato e’ Monte, el proyecto liderado por Gustavo Casallas, con el respaldo musical y estético de Jeisson Perilla. Fue un espectáculo que no sólo sacó a relucir pasillos, carrangas, corridos y joropos reinterpretados desde una sensibilidad barrial y contemporánea, sino que puso sobre la mesa una conversación musical profunda sobre la identidad popular en una ciudad aparentemente cosmopolita como Bogotá. Luego de su presentación, hablamos con ambos —con Gustavo, el rostro visible del proyecto, y con Jeisson, ese oído que ha sido fundamental para afinar el rumbo del proyecto—. En sus palabras se evidencia una visión crítica, amorosa y compleja de lo popular como algo más que un adjetivo: como un terreno de disputa, una forma de pertenencia, un gesto de memoria y también una apuesta estética.


Para Casallas, la idea de “música popular” no es ni una etiqueta genérica ni un ejercicio de nostalgia, sino una vía directa a la libertad: “Yo lo que he entendido de las músicas populares es que en realidad son músicas muy libres, que son músicas de la gente y que escapan a muchas lógicas del vender, que escapan a muchas lógicas del ‘yo quiero ir a tocar al Estéreo Picnic’. Lo que yo rescato es su relación sincera con la realidad, con el trabajo”. Esa noción de “trabajo” no es metafórica: Gato e’ Monte nace también del asadero donde Gustavo pasa buena parte de su semana. Desde allí compuso sus primeras canciones, muchas de ellas hablando del oficio cotidiano, del barrio, de la familia. “Yo le dije a Jeisson: ‘tengo unas canciones que hablan de mi trabajo, de la pollería’. Para mí eso es música popular”, complementa.


Fue precisamente en medio de esas dinámicas laborales que Gustavo conoció a Jeisson, a quien recuerda por su paso por un grupo carranguero. La afinidad no era solo musical, sino ética. Los dos comparten una raíz de barrio, una historia familiar de migración interna, y una desconfianza frente a las dicotomías que suelen regir las miradas institucionales sobre la cultura. Para Perilla, pensar el campo como un ideal romántico no tiene sentido si no se entiende que Bogotá misma es una ciudad profundamente atravesada por lo rural: “una de las razones por la que toda esa música popular tiene tanta acogida aquí es porque toda esa gente de afuera de Bogotá se trajo sus costumbres y se trajo sus maneras de vivir, se trajo su música incluso”, explica el músico. Esa ruralidad migrante no desapareció: se volvió el caldo de cultivo de una identidad compleja, contradictoria, híbrida. “Es una cosa que está ahí a pesar de lo caótico de la ciudad —dice—, pero se vuelve caótico porque ahí estamos todos juntos en los juegos del hambre”.



Ese caos también es parte de la estética de Gato e’ Monte. Para Casallas, salir de los dualismos es parte de la tarea. “Hace 20 años usted era rural, su familia era rural. ¿Qué tanto está preparado para asumir eso? ¿Para no pensarlo en términos de campo vs. ciudad?”. En esa lógica, lo popular no es un pasado a preservar ni un estilo que se imita, sino una herramienta para vincularse con la comunidad y la historia personal. Y también con la emoción. Perilla recuerda que, después de los conciertos, mucha gente se les acerca diciendo: “Oiga, me acordé de mi abuelo, me acordé de mi abuela”. Para él, eso es parte del objetivo del grupo: “eso es lo que tenemos que hacer: que esa tradición siga, que a la gente no se le olvide de dónde viene”.


Esa misma claridad identitaria es la que les ha permitido insertarse en un circuito alternativo sin perder el norte. Gato e’ Monte fue recibido en Chapinero con extrañeza. “Yo era el bicho raro que hablaba de pollo en sus conciertos, que hablaba de la bandola llanera desde un lugar que no era reconocido en el parche Chapinero —dice Gustavo—. Pero luego entendimos que podíamos proponer un diálogo. Las farras de nosotros no terminan con techno. Terminan con Chalino, con Darío Gómez, con el Caballero Gaucho”. Esa manera de leer el gusto popular en su heterogeneidad y desacomplejamiento es central en el grupo: no se trata de imponer una estética, sino de visibilizar una sensibilidad.


Perilla lo resume con claridad: “el objetivo también de juntarnos fue un poco aterrizar eso al gusto y al oído del barrio. En el barrio se escucha corridos, carranga, joropo. Y nosotros le debemos todo a nuestro barrio, a nuestras familias. Nosotros somos repopulares”. Esa decisión de volver al barrio no es decorativa: ha sido una estrategia consciente y coherente. Cuando presentaron su álbum Talante en Bosa, junto a artistas como La Muchacha, Casallas sintió que algo se cerraba, que una deuda se saldaba: “Para mí fue un sueño cumplido. Tocar en el pedazo significa mucho. Es tocarles a los trabajadores con los que estoy siete días a la semana. A mi familia que dudó muy poco de mí. Es decir: acá está, este soy yo. Y el barrio no es solo rap, el barrio también es locura, es uno salirse, ponerle corazón a lo que uno es”.


Fotografía: Tilo Gómez
Fotografía: Tilo Gómez

Perilla coincide: “Los sitios de acopio cultural están acaparados. Ya sabemos cuáles son: La Mecánica, Matik Matik, Latino Power. Pero hubo un agradecimiento muy bacano por llevar eso a los barrios. Porque también hay estigmas de allá para acá como de aquí para allá. Decían, ‘no, eso es ir por allá donde los gomelos’. Pero cuando los juntamos, la gente se empezó a dar cuenta de cosas chéveres, que nada era tan malo”.


Hoy, Gato e’ Monte representa ese punto de contacto entre mundos que a veces parecen irreconciliables: el alternativo y el barrial, el urbano y el rural, el centro cultural y el barrio periférico. Pero no lo hacen desde la pretensión de sintetizarlo todo, sino desde el gesto humilde —y certero— de entablar un diálogo. “Yo siempre he sido alternativo —dice Casallas—. Crecí en Bosa, en Kennedy, pero pegado al rap, al punk, al grunge. Jeisson viene de otra escuela. Y ha sido un diálogo bonito, que me ha alimentado y me ha dicho: ‘rompa esa burbuja y aliméntese verdaderamente de lo que es su familia, sus amistades, su barrio’”.


Esa es la clave de Gato e’ Monte: no sonar a algo, sino sonar con alguien. Con los abuelos que se recuerdan en una tonada, con las familias que migraron del campo a la ciudad, con los trabajadores que escuchan la banda después del turno. Con esa gente que, aunque no siempre esté en los carteles, ha estado siempre en la música. La propuesta de Gato e’ Monte ha causado una justa revolución en el panorama alternativo nacional. En una era en la que la identidad se encuentra en disputa luego del fracaso del globalismo resulta conveniente volver a las formas de antes, aquellas que muchas veces han sufrido el estigma ignorante de quienes no las entienden, que no han hecho el esfuerzo por reconocerse en ese espejo propio que es la tradición y el arraigo.



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