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De Suecia para el mundo: 25 años del Vini, Vidi, Vicious de The Hives

  • Foto del escritor: Ignacio Mayorga Alzate
    Ignacio Mayorga Alzate
  • 26 mar
  • 4 Min. de lectura

The Hives irrumpió en la escena sin previo aviso como el más sofisticado y ruidoso producto de la exigua geografía sueca. Para 2002, el revival del garage rock, también post-punk revival en algunos círculos de la crítica, estaba en su apogeo, dominado por bandas que vestían chaquetas de cuero y zapatillas Converse, proyectando una imagen de desenfreno, coqueta decadencia y la irrefrenable consciencia de que la historia se estaba escribiendo, y ellos serían los encargados de ofrendar a una generación agotada del pop comercial sus nuevos himnos de guerra.


En medio de esto apareció una banda sueca con trajes en blanco y negro, riffs agresivos y un vocalista carismático. Muy carismático. Se distinguían por su actitud irreverente en el escenario, aunque su música demostraba una precisión calculada, “un guante de terciopelo con nudillos de bronce, brutal y sofisticado a la vez”, según las propias palabras de la banda.

Originarios de Fagersta, Suecia, The Hives comenzaron en 1989, pero fue en 1993 cuando su supuesto mentor Randy Fitzsimmons los impulsó a redefinir su sonido. La ironía es que Fitzsimmons no existe: se trata de un alter ego inventado por la banda, posiblemente encarnado por el guitarrista Nicholaus Arson. En la década de los noventa, el grupo lanzó algunos EPs a través Burning Heart Records sin demasiado eco fuera de Escandinavia. Su debut, Barely Legal, y la recopilación Your New Favourite Band mostraban su sonido enérgico, pero fue con Veni Vidi Vicious cuando su irrupción se hizo inevitable.



El álbum, que cumple 25 años en abril próximo, no fue un éxito inmediato. Aunque en 2000 su propuesta estaba adelantada a su tiempo, tardó en captar la atención internacional. No fue hasta que la banda giró por los Estados en 2001, junto a The (International) Noise Conspiracy, que comenzaron a llamar la atención. Con el ascenso de Is This It de The Strokes, el mercado empezó a buscar bandas similares. Fue la gloriosa era de los Yeah Yeah Yeahs, LCD Soundsystem, TV on the Radio o The Rapture. Fue la era en la que el rock regresó de la tumba a la que había sido condenada por el mainstream, se atavió de trajes y corbatas funerarias. Estos zombis no se movían lentamente: explotaban las posibilidades móviles de cada una de sus extremidades. Fue un buen momento. Los de entonces, ya no somos los mismos.


Warner Bros. vio la oportunidad y adquirió los derechos de Veni Vidi Vicious, reeditándolo en 2002 para aprovechar la ola del garage rock revival. No obstante, antes de firmar con el titán de la industria, la banda debutó en el mercado discográfico de los Estados Unidos en la quinta edición del compilado Punk-O-Rama de Epitaph Records, disquera de Greg Graffin, geólogo y cantante de Bad Religion. The Hives era un producto rebelde y difícil de clasificar: no esgrimía la irreverencia sonora de Rancid, Pennywise, Agnostic Front o los santurrones de H20; estaba más cercana a la nihilista sofisticación de Tom Waits y las guitarras filosas en clave de surf de Man or Astro-Man?, todos estos incluidos en este compilado. Este acápite de su historia tiende a obviarse: pero había algo del sofisticado punk neoyorquino de los setenta, más que de la irreverencia vacua de la escena inglesa. Los juicios universales son falaces, pero el punto queda claro.


A pesar de las circunstancias, Veni Vidi Vicious sigue sonando tan arrollador como en su lanzamiento. La banda lo describió como “un guante de terciopelo con nudillos de bronce, brutal y sofisticado a la vez”. El disco no da tregua: canciones como “A Get Together to Tear It”, “Apart” y “Outsmarted” son tan afiladas como su estética visual, mientras que el cierre con “Supply and Demand” deja la sensación de haber presenciado un espectáculo en vivo. En apenas 27 minutos, The Hives lograron que The Strokes parecieran unos niños bonitos apoyados por el músculo financiero de sus progenitores. En un sentido amplio, lo eran.

Sin embargo, la gran carta de presentación de la banda fue “Hate to Say I Told You So”, una canción que encapsula su esencia desafiante y la actitud sin filtros de su líder. Howlin' Pelle Almqvist no pide atención, la exige. Lo vimos en 2014 cuando se comió vivo a Alex Turner en la presentación de los Arctic Monkeys. Y en la noche siguiente en el desaparecido templo del indie que fue Armando Records.Lo constaremos próximo para su regreso al país con su presentación el 28 de marzo en el marco de Estéreo Picnic.



Almqvist se ha convertido en uno de los frontmen más magnéticos de su generación, una rareza en un mundo en el que el rock había perdido su filosa y provocadora identidad. Esta actitud, inusual para una banda sueca, bendita tierra de ABBA, es parte del atractivo de The Hives. Pero no se limita a una presentación en la que la banda se pavonea en el escenario: sus canciones tienen una elegancia simple, pertenecen a un universo lírico propio, aparentemente intrascendente, pero cargado de sentido para una generación que no mostraba el tedio en el exceso de Julian Casablancas, sino que se acercaba más al ethos del punk de hartazgo por las estructuras sociales. Cada noche era una celebración, cada canción una cachetada elocuente. De nuevo: un guante de terciopelo con nudillos de bronce.


A pesar de su impacto, la banda nunca ha alcanzado el estatus de sus contemporáneos como The Strokes o The White Stripes. No se trata de falta de canciones: “Walk Idiot Walk” y “Tick Tick Boom” son prueba de ello. Su álbum de The Death of Randy Fitzsimmons no está nada mal. Quizás su música es demasiado directa o su estética demasiado teatral para ser tomada con la misma seriedad que la de sus pares. Nosotros, los de entonces, ya no somos los de antes. Un rock con corbata está condenado al olvido en la era del TikTok. Pero, como siempre, las canciones sobreviven. Fue una era dorada. Pero The Hives nunca perdió su condición áurea. En el Estéreo Picnic presentarán un espectáculo inolvidable que quedará grabado en nuestra memoria, no en la de nuestros teléfonos.  



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