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Canciones para no morirse: el camino de La Zorra Zapata

  • Foto del escritor: Ignacio Mayorga Alzate
    Ignacio Mayorga Alzate
  • hace 1 día
  • 5 Min. de lectura


La Zorra Zapata nació de una urgencia vital. Durante años, Nuria Zapata—el nombre detrás del personaje— había soñado con tener una banda, pero la falta de confianza le impedía dar el paso. Fue una cirugía complicada de rodilla la que provocó el quiebre. “Hubo un quiebre en mi vida que dije como, ‘Verga, si no hago esto ahora, como sea, me puedo morir y no hacerlo más’”, recuerda. Tres meses de recuperación obligatoria se convirtieron en un espacio de introspección, silencio y escucha interna. Allí descubrió el loop, que se transformó en su principal herramienta creativa: “Eso me dio el tiempo para realmente dedicarme a desarrollar mi vínculo con el loop”. Entre ejercicios de fisioterapia y el lento retorno a la movilidad, comenzaron a aparecer las primeras canciones, hechas desde un lugar profundamente vulnerable.


El dolor físico coincidía con un duelo emocional. “El corazón roto sumado a estar recuperándome físicamente fue como una gasolina perfecta para que se empiecen a escribir estas canciones”, cuenta. Y aunque en ese momento no tenía formación musical ni conocimientos técnicos, había algo dentro suyo que pedía salir, sin más filtros que su propia intuición. “Sí que fue un acto de fe absoluto lanzarme como La Zorra Zapata porque yo sabía nada de música, no sabía nada de producción”, reconoce. Pero bastó un primer concierto para comprender cuál era el motor de su conexión con el público: “Parece que lo que funciona es enseñar tal cual mis heridas y cómo me siento”. Esa honestidad, sin ornamentos ni metáforas complicadas, se convirtió en su marca, misma que le ha permitido presentarse en el famoso formato de KEXP Live y ser una de las artistas confirmadas para la próxima edición del BIME Bogotá.


Las canciones de la Zorra Zapata funcionan como confesiones desarmadas, directas, casi infantiles en su sinceridad emocional. “Siento que son canciones bien directas. Como que me siento mal, me siento triste. No hay tanta pirueta poética”, dice. Esa transparencia, lejos de debilitar su propuesta, fortalece el lazo con quienes la escuchan. “Siento que la gente lo se identificaba con esa performance defectuosa”. En un circuito en el que la perfección técnica suele estar sobrevalorada, la cantautora encontró en lo inacabado y lo visceral su identidad artística, una mujer desnuda sin miedo a revelar todo lo que hace mover sus entrañas, de lo más luminoso a lo más oscuro.

Esa intuición inicial sigue guiando su proceso creativo hasta hoy. En su último disco, Quema o ilumina, se permitió un camino distinto, más solitario, más meditativo. “Soy bien intuitiva y siento que me dejo llevar bastante”, dice. Aun así, por primera vez hubo una decisión consciente: incluir un intro y un outro, piezas instrumentales que marcan una evolución en su forma de componer. “Y terminó siendo algo puramente instrumental, que es algo totalmente nuevo para mí”, cuenta. Esta vez, además, lo hizo todo sola. Grabó, mezcló, produjo. La independencia no fue sólo una elección artística, también una necesidad de autodefinición. Es un álbum que rebosa honestidad, un documento artístico de la fragilidad y la fuerza.


El título del álbum llegó incluso antes que las canciones. “Ni siquiera había terminado de hacer una canción y ya sabía cómo se iba a llamar el disco”, afirma. Esa intuición inicial resultó premonitoria. La canción “Quema o ilumina” encapsula una tensión constante en su vida y en su obra: la lucha entre el miedo y el crecimiento, entre el dolor y la transformación. “Me siento debilitada, mi propia visión es la que me ataca”, dice en un verso. Y más adelante, se responde: “Me siento fortalecida, mi propia desgracia es la que me guía”. Para ella, el error no es un obstáculo sino una brújula: “Habla de cómo el error trae una intención oculta”.


Esa idea se traslada también a su uso del loop como recurso estético y emocional. En su música, repetir no es reiterar, sino sanar, como si tratara de un mantra contemporáneo en la era del déficit de atención. “Hay una suerte de efecto psicomágico de repetir y repetir y repetir. De alguna manera recableas tu cerebro”, explica. Repetir se vuelve una forma de sostenerse, de afirmarse, de recordarse quién es. “Hay que hacerlo, hay que hacerlo, hay que hacerlo”, canta en uno de los temas del disco. Más que una orden, es una oración, una forma de volver a habitar el deseo incluso cuando cuesta hacerlo. De reconectarse con nuestra primera etapa soñadora más allá de las circunstancias.

En canciones como “Oficio” o “Hay que hacerlo”, aparecen también las preguntas más difíciles: cómo disfrutar el presente, cómo sentir que lo que hace es suficiente. “¿Qué tiene que pasar para que pueda disfrutar, qué es suficiente para mí?”, se interroga. La sensación de no estar a la altura aparece incluso cuando los logros son concretos. “Me vuelvo a enfrentar con esta misma sensación de no poder habitar mis zapatos y disfrutar de lo que me está pasando”. En ese contexto, cada canción funciona también como un recordatorio personal: “Son estas canciones que son bisagras para mí para poder entender que esto yo lo estoy haciendo, porque me hace bien”.


El vínculo con el público le sirve como termómetro emocional. “El público tiene una inteligencia emocional suprema y no hay forma de engañarlos”, dice. Cuando está conectada con su verdad, la respuesta es clara. Cuando no, también. Esa relación no solo la sostiene, también la obliga a permanecer en sintonía con su proceso interno. “Cuando estoy bien plantada con mi canción, el público responde de una manera. Cuando no, responden de otra”. Para La Zorra Zapata, no hay personaje que la separe por completo de su vida. “La Zorra Zapata es un universo que existe dentro de Nuria y no Nuria dentro de La Zorra Zapata”, asegura. Aun así, admite que a veces el personaje la supera: “A veces veo videos míos cantando y hay unas muecas y unos movimientos que yo digo ‘esto no es mío’”.

“Mi meta con La Zorra Zapata era no morirme sin haber tenido una banda, punto”, dice. Hoy, con tres discos, una carrera en expansión y presentaciones internacionales, ese deseo inicial se ha multiplicado. El proyecto ha desplazado otras vocaciones, pero sin renegar de ellas. Su pasado como artista visual, actriz y escritora sigue influyendo en la manera en que piensa el proyecto. “Siento que ese recorrido de antes influye en el proyecto”, dice, y reconoce que llegar a la música a los treinta fue una ventaja. “El impuesto que se paga por ser artista requiere una destreza emocional importante”. Si hubiera comenzado más joven, confiesa, la historia podría haber sido trágica: “Yo te lo firmo que La Zorra Zapata a los 20 hubiera terminado borracha en algún carro estrellada”.


El ejemplo de Juana Molina fue clave en ese tránsito. “Ella tuvo este giro de carrera, era actriz y a los 30 empezó a hacer música y yo me topé con Juana cuando tenía 28 o 29”, cuenta. Ver que era posible cambiar de rumbo sin pedir permiso fue liberador: “Dije, ‘fuck it, lo voy a hacer’”. Hoy, siente que su historia no sería la misma sin esa referencia.


Incluso el nombre del proyecto, que en un inicio la incomodaba, se ha resignificado por completo. “Quería que el nombre dejara de hacerle un guiño a una mujer puta o fácil y que sea la música la que termine de hacerle cobrar vida a ese nombre”. Y lo ha logrado. La Zorra Zapata ya no remite a un estereotipo, sino a una artista que canta desde el deseo, la vulnerabilidad y la persistencia. “La ‘ZZ’ me daba como un feeling de superheroína”, dice. Una superheroína herida, sí. Pero de pie. Cantando. No hay mayor virtud que sobreponerse a los miedos.



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