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  • Por Sara Sofía Rojas

¡Qué rico suena un rocanrol con timba!


Fotografía cortesía Teatro Colsubsidio

“Sé que resulta difícil llegar a la fama, pero la gente se mueve y con eso me basta”, qué acertadísima frase esa de “Rockotocompás” para hablar de la noche del 19 de julio en el Roberto Arias Pérez. Qué acertadísima frase para definir lo que es, lo que forja y lo que ha forjado la Habana Abierta en más de 20 años.

Que Cuba se detuvo en el tiempo es una idea recurrente para cualquiera que habla de la isla. Tan común y recurrente que hasta al conductor que me llevó aquella noche le bastó con escuchar que la banda a la que iba a ver era cubana para volver sobre esa idea, seguida de un “¡Uy, niña, salsita! Allá usted escucha eso en cada esquina, sale cansado del mismo sonsonete”. Y aunque lo último no me consta, me gustaría creer que no es así. Esa noche me daría cuenta de que eso de que el tiempo se detuvo no es del todo cierto y que, si bien Cuba es tierra fértil para el ron y la rumba, eso de “rumba” va mucho más allá de la “salsita”.

La noche empezaba con una pequeña reseña recibida a la entrada del teatro. Una que hablaba de cómo Habana Abierta es, y ha sido, la voz de una generación que ha pasado su vida entre la isla y el exilio, y para la que la banda es una especie de “grito contenido en una idea que no tenía vía de escape”; de la forma en la que su rocanrrol con timba no es un género, sino una declaración de principios y de cómo la migración los hizo convertirse en corazones errantes, vagando sin rumbo fijo por un buen tiempo. Afortunadamente, esta vez su intermitencia, producto de estar presentes tanto en Miami, como en Madrid y La Habana, no fue impedimento para que visitaran nuestro país. Con una fecha en Bogotá y otra en Medellín lograron que quienes se han identificado con sus canciones compartieran una noche junto a ellos.

A las 8:15 se abrió el telón y allá arriba en una hilera estaban José Luis Medina, Alejandro Gutiérrez, Vanito Brown, Kelvis Ochoa y Luis Barbería. Tras ellos, se encontraban Alejandro García en el bajo, Nam Sam Fong en una de las guitarras, Lester Domínguez en la batería y Maripaz Fernández en la percusión. La primera canción: “Lo Bueno No Sale Barato” y la gente ya estaba de pie, otros en los pasillos bailando. No se bailaba sólo abajo, en la tarima lo hacían todos también. “Y eso que hasta ahora estamos calentando”, dijo uno, y empezó Vanito con “Corazón Boomerang”, esa especie de justificación, que emana una mezcla extraña de sentimientos entre la tristeza, el dolor y el remordimiento que la hace altamente coreable: “¡Fue un boomerang mi corazón, no es tan fácil, y lo lancé con ilusión kamikaze!”, sonaba fuerte, al unísono.

Pero esa capacidad de crear coros en Habana Abierta, no solo está presente en las canciones con sentimiento, es más bien una generalidad, está en cualquier cosa que hacen y es así como con la energía que deja arriba el coro anterior entran los “¡se, ia, sep, se ia!” de “Llevándome el Río” y luego “Quítate de Eso”. La gente intenta tomar asiento en el intermedio de cada canción, pero pocos se quedan en él al empezar la siguiente: es un caso perdido, no hay una sola que amerite quedarse quieto. Vanito corre por el escenario con la pandereta en “Como Soy Cubano”. Quedarse sentado sería un irrespeto, las palmas marcan la clave y, al terminar, lo que parece un respiro y recargo de energía en “Guaguancó Para Daniela”; que termina en rumbón de nuevo y es que de guitarra y voz sube progresivamente por abarcarlo toda una vez más.

“Como no tenemos güiro, vamos a tocar con la boca”, nos hace saber Luis Barbería antes de empezar a tocar con un güiro invisible “Rockason”, que esta vez no pregonaba “Nada peor que un sueño hecho pedazos, nada peor”, sino “Nada mejor que un sueño hecho pedazos, nada mejor”, producto, ojalá, de la experiencia personal. Antes de “Ella Prefiere” y “El Gato y El Ratón” grita desde el escenario Barbería: “¡Ustedes son unas timbas!”. Nos explica que no tenemos ni idea de la forma en que los ha golpeado la altura y no es algo que importe de a mucho: no paran.

Volví sobre eso de la Cuba que se detuvo en el tiempo, con “Si Tú No Quieres”, “No te digo Nada” y “Ahora Sí Tengo La Llave” de fondo; esa Cuba que, de una u otra forma, se cerró al resto del mundo y se concentró en sí misma. Pensé también que esa idea estaba lejos de lo que veía. Lejos del son, lejos de la troya, lejos de la “salsita”, que era mucho más que eso: que pudo haberse conformado con los sonidos del imaginario de la isla, pero que fue más allá. Que esa Cuba era y es más de lo que puedo imaginar, que es rock, que es pop, que es funk, que es todo y nada en la Habana Abierta, y que es justo esa diversidad la que la hace única.

Lugo, “La Vida Es Un Divino Guión” y la gente respondiendo al “Qué rico suena un rocanrol con timba” ¡Habana Abierta te lo trae de pinga! Es su primera vez en esta parte del mundo, la gran acogida la han tenido más bien en Europa, por aquello del exilio. Acá, aunque el teatro no está del todo lleno, están quienes deben estar y de eso no cabe duda. “Yo no me fui, yo me alejé un poquito. Desde más lejos se oye más bonito. Mi corazón procesa, sufre, baila y canta lo que sangra”, dice la canción, como resumiendo todo eso en lo que había pensado. Y enseguida dice uno de ellos “esta es la historia de una mulata habanera que se iba todos los días al malecón a esperar… ‘¡Ay, Superman, llégame! ¡Llévame de aquí volando!’”, “La Novia De Superman”, otra que también quiere alejarse un poquito.

A esta altura, y por la altura, el descanso se hace necesario. Empieza con una serie de canciones: "Madrugada Sin Fin" seguida de "Quito Septiembre" y un beatboxing de Luis Barbería, que se mantiene de pie mientras el resto se sienta, hasta que nota que con 59 ya no es el mismo de antes y termina haciéndolo también. Los sonidos de su boca son a su vez el inicio de "Rockotocompás" que, seguida de "Natilla" y los agradecimientos al público por parte de la banda marcan el final. No se van del todo y tras el “¡otra, otra, otra!”, cierran, ahora sí, con "Habana a Todo Color", coreada por el teatro con la fuerza de un himno de tribuna que, como un canto futbolero, parece despedir ídolos.

Lo de la Habana, aunque se intentó, es difícil de describir. La versatilidad de su repertorio y ese color único de cada uno de sus integrantes, hace que no canse, y que cualquier problema, ya sea con el sonido o la altura, sea perdonado y olvidado… Fue así como por una noche me sentí, como me gustaría creer, también se siente La Habana: con mucha timba.


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